jueves, 12 de mayo de 2011
Crónica del show loopoético en el Elèctric, miércoles 11 de mayo de 2011
Lo primero que recuerdo de ayer viene después del show. Normalmente tengo una hora para que la cabeza vuelva a su lugar y elimine el exceso de adrenalina que desencadena hablar del Negro de Banyoles durante una hora. Tuve veinte minutos para recomponerme, y creo que eso produjo que en las horas posteriores al espectáculo me costara reconstruirlo y emitir juicios certeros.
Ahora, poco antes de Madrid, ya tengo las ideas más claras. Había nervios, lo normal tras un mes sin actuar, el mono era absoluto. Los dos loopoetas quedamos, apuntalamos cosas, admiramos unas sorpresas que tenemos reservadas para Fnac y cogimos nuestras bolsas del chino para cargar los Gadget hacia su destino: El Elèctric Bar de Gràcia, que está bonito como siempre, con ese escenario que parece una caja de zapatos que condensa energía y da a la música un aura más envolvente que en otras plateas.
Ayer teníamos dos teloneros, uno majo y el otro mejor. El primero era el Barça, contra quien no se puede luchar. Agotados por los cuatro clásicos, pensábamos que la mayoría compartiría nuestro optimismo, pero claro, un alirón no es baladí, por lo que constatamos que el Guardiola team siempre merma la asistencia a los shows. El segundo era La patilla&La visceralidad, dúo integrado por Víctor Lagounda y Mónica Caldeiro que combinaron poesías al alimón y versos individuales durante más de media hora en la que dejaron una más que buena sensación.
Posteriormente encendimos una luz roja para realzar las sombras de los esqueletos, abrimos la tapa del piano, dejamos que el respetable fuese a por alcohol y nos sumergimos en lo previo. Las tablas del Elèctric mutaron ayer, posiblemente porque no es lo mismo interpretar las Nocheviejas del Patriarca que el Negro de Banyoles. La exhuberancia de movimientos del año anterior ya no es una de las premisas de Jean Martin, más apegado al micro. No sé si fue eso, pero ayer tanto Laura como Jordi coincidieron en que el escenario parecía minúsculo, como si se tratase de un corsé muy apretado. Eso no impidió que el recuerdo global de nuestro sexto show del año vaya siempre más in crescendo.
Las sensaciones posteriores eran raras. Ya os lo he dicho. Dormir va de maravilla. La introducción del espectáculo, la presentación de los objetos, fue la mejor hasta la fecha porque Laura supo mantener el tempo de intriga hasta apurar el reloj. Ejecutamos los cinco minutos como si fueran parte de nuestra piel y al cambiar la música agarré el micrófono y clavé los tiempos en cada una de las explicaciones. Lo mismo hizo Laura con los bailes, que casi por vez primera pude ver al completo, pues no tenía un espacio donde ejercitarme entre parte y parte y tuve que refugiarme entre dos pufos cercanos al escenario. Ambos éramos metrónomos de lo nuestro, y es algo de lo que nos sentimos orgullosos y nos da tranquilidad porque con un espacio mayor, nuestro futuro gira en torno a esa idea, podremos explotar muchos más elementos.
Sin embargo, porque los peros sólo son accidentes del camino que se suplen con otros aciertos, fuimos a lo nuestro y el ensayo general fue fluyendo. Quisimos una iluminación muy roja y eso hizo que el público fuera invisible, sombras rodeadas de espejos. Era raro de narices, más que nada porque era cómo actuar en el abismo, que no era tal. Cuando pedimos su participación tanto en las monjas y negros como en la interacción fueron geniales, sobre todo cuando les dio por acariciar la calavera del bosquimano justo antes del rush final, me reí muchísimo.
No hay que olvidar el piano, un clásico del Elèctric. Es una pieza mítica, y claro, dan ganas de usarla, lo que hicimos con moderación en algunas partes donde la intensidad sonora decrecía. Asimismo Laura, además de jugar con los esqueletos, tocó las teclas con el pie, algo que habíamos hecho, aunque diferente, en octubre, cuando Jean quedó poseído por el instrumento.
Hemos adquirido una familiaridad absoluta con los Gadgets, por lo que sabemos muy bien cuando presentárselos al auditorio. El único error en este sentido fue de Jordi, que cogió el botiquín con los restos del negro justo unas milésimas antes que Laura fuera a por esa cruz roja tan intensa. Por lo demás los reproches son pocos y matizables. Faltó, por parte de Jordi, algo más de movimiento, quizá por el encajonamiento, quizá porque los músculos necesitaban desentumecerse. Los pequeños fallos son geniales porque ayudan a mejorar, tomas conciencia de ellos y los enmiendas a la mínima oportunidad.
Me gustó poder ser veinte voces distintas en función de lo que explicaba. Me gustó sudar entre la sauna del escenario y el esfuerzo realizado. Me encantó perseguir a Laura con un corazón en la mano, también su jota martín con himnos alemanes. ¿Qué más? Amamos a nuestras queridas proyecciones. Si hacemos una propuesta multidisciplinar no es para epatar ni ninguna tontería por el estilo: es porque cada parte es absolutamente necesaria y cuando falta, en el caso de ayer porque no había proyectar, podemos notarlo, y también el público, pues al fin y al cabo las trescientas cincuenta imágenes seleccionadas ayudan a entender el mensaje del proyecto y a comprender mucho mejor las vicisitudes del negro de Banyoles. Su ausencia impulsó tanto la danza como la voz.
Satisfechos, y con el deseo de recuperarnos de las emociones, recogimos los bártulos y constatamos, que habíamos dejado el establecimiento en plan los bárbaros invadieron Roma, fíjate cómo dejaron la ciudad. Confeti por el suelo, señales de agitación y el sueño real de medianoche. Ir a Fnac Callao y liarla muy gorda, con arte y calidad.
Loopoesia es amor
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