domingo, 27 de febrero de 2011

Crónica del show loopoético en el Macondo, sábado 26 de febrero de 2011




Volvimos a perpetrar el crimen en el Macondo, lugar de muchas alegrías loopoéticas, entre ellas la misa, un momento muy especial que nos hermana con este local del Guinardó casi de por vida. Nos hacía ilusión retornar y crecer con el nuevo espectáculo. Era sábado, hacía frío y el único miedo estaba en el sempiterno Barça al que dedicamos poemas en nuestros ratos libros. Ayer, 26 de febrero, llegamos pronto al local. Daniel Jándula y Albert Folk querían filmarnos para un nuevo blog y nosotros les recibimos encantados, contando el proyecto, controlando el espacio del garito para la actuación y charlando de los dos años transcurridos con la vista puesta en el futuro.




El Macondo es un espacio pequeño, y eso naturalmente provoca cambiar un poco la manera de moverse. Debíamos ser concisos, pero muy expresivos porque la imposibilidad de poner nuestras queridas proyecciones restaba un poco de impacto visual, algo que solucionamos con entrega y muchísima concentración.
Iba pasando el tiempo. Gol de Messi, en Verdaguer. Gol de Villa. Gol de Pedro. Triple pitido. Esperamos. Llegaba la gente. Pusimos la sintonía de Loopoesía es amor, se cerraron las luces y Jean Martin, de estricto rojo y amarillo, dio la bienvenida, se comedió en sus palabras y caminó hacia la cabina del Dj para accionar la música. Can you take me back where I came from, can you take me baaaack? Eso decía el negro, deseoso de volver a casa incluso antes de comenzar a narrar su historia. Color verde, un esqueleto colgando del techo. Cuenta atrás. Pónganse en marcha. Una explosión. Lola Farigola bailaba llevando los objetos del fondo a la platea. Cerdos. Piernas. Regalos. Corazones. Confeti. Un botiquín perfecto. Cabezas policromas. Un monopatín. Gorros parisinos. Una muñeca verde. Un palo nada pristino, más bien Cristina. Los elementos iban llegando, la melodía sonaba intercalada con versos introductorios sobre el negro. El equipo A. Iker Jiménez. El negro de Banyoles va a Frankfurt de vez en cuando, Bambino prefabricado e tecnologico. Cola Cao Cola Cao y al quite. Jean Martin se sitúa en el centro, pronuncia unos vocablos y se quita la máscara porque hablará de un hombre maltratado. Conviene desprenderse de la careta y avanzar sin miedo por el camino marcado. La gente suele apreciar más el conjunto actual, lo ve menos disperso, más claro. Nos alegramos porque esa es nuestra intención. Transmitimos un mensaje con la suite, la música y la danza. Jean narra y Lola lo hace con sus bailes que intentan representar el sentido de los versos. Con esa dinámica todo sigue una senda nítida, dividida con rotundidad en cada parte mediante elementos que ayudan a la comprensión, de la tragedia del bosquimano en 1830 hasta su último descanso en una lápida que los chiquillos usan para jugar a fútbol. No les sirve de nada a los africanos crear símbolos morales porque lo que ven en la televisión es el maná de las camisetas de los jugadores, sueño de bonanza que el maltrato a un antepasado no cancela, porque al fin y al cabo todo es salir de la miseria. El show aborda el tema siguiendo un estricto orden cronológico. Después de los hermanos Verreaux surge París, una danza a ritmo de acordeón y piano. Llega Barcelona, Francesc Darder quiere vender el negro en el novedades. Farsa humana. El confeti da una irónica sensación festiva, el público sonríe, capta y atiende. De la capital catalana Banyoles, setenta años en conserva mientras el pueblo negro crecía entre medallas, soldados, derechos civiles y gestos heroicos que pasaban desapercibidos en ese museo comarcal donde se perpetuaba el oprobio. La música experimental del momento confiere un ritmo temeroso, incertidumbre que parece esfumarse cuando aterrizamos en las Olimpiadas del 92, instante crucial, bisagra del evento al confirmar lo que intuíamos, hipocresía en mayúsculas de los mandamases para con el hombre disecado, recluido, otra vez más, quince días en un almacén para que las cámaras evitaran constatar el racismo porque lo que importaba eran las medallas y el tránsito de ciudad provinciana a supuesta referencia mundial. Suena la cobi troupe, hay una pausa. Silencio. Mairena suelta su joya de cuando veo una peli de porno se me pone el coño como un horno. Aplausos. Lola Farigola continúa ejecutando su implacable y sutil mosaico. Jean coge el monopatín, luchan por él, ríen. Ha llegado el adiós, viaje que en el escenario reluce locura. El confeti cae sobre el micro, Lola circula con el cachivache de devoción made in MACBA. Aceleraciones. El negro ha entrado en el metro y se topa con un retrasado mental que vivió un hermoso e irrepetible romance con una tal Cristina. Tú eres Cristina. En nuestro debut de 2011 esta fue la parte que más flaqueo porque no supimos emitir bien su mensaje. Esta vez usamos una técnica casi felliniana y procedimos a desfilar con la cabeza verde en un palo donde indicaba claramente que transportábamos a Cristina. Todos lo fueron, todos fueron señalados con el dedo inquisidor de Jean, ya sudando, cómodo porque se acercaba la cumbre que en esta ocasión salió redonda. Nace el amor. El bosquimano se despide de la moreneta en un privado del aeropuerto. Los dos Performers dieron lo máximo, clavaron la love story y prometen hacerlo aún mejor. Los arrumacos ceden paso a la pregunta. ¿Cómo es que había más monjas que negros? Esta sección nos encanta y queremos que el público la siente e interactúe, bien sea con un flashmob, bien con un sorteo. Subieron dos valientes al escenario y contaron la ocasión, extraña hace décadas, en que vieron por vez primera a un negro. Raquel ganó un gato chino, Dani un mono vestido con la camiseta del barça. Risas, aplausos.




El último trecho relaja y apuntala. Salta la melodía que denuncia el asco de un entierro con honores de jefe de estado mientras la tribu de nuestro protagonista es deportada de sus propias tierras porque los diamantes son los mejores amigos de la mujer y el dinero es lo que cuenta. Himnos nazis, Marylin y una caja con los restos del negro tras su disección en el anatómico forense de Madrid. Penúltimo acorde, último arrebato. El balompié lo puede todo. Jean Martin se desnuda, se metamorfosea en futbolista. No lo fichará ningún club, pero mejora su técnica. Reverencia al respetable. The end.

Ahora, a diferencia de otros años, la sobreexcitación sigue después de tanta intensidad, aunque tiene otro calado, bordea zonas que asoman más maduras. Los espectadores salen satisfechos, reflexionan y alaban. El estrépito quizá es menor, pero la mente retiene y no puede escapar a la solidez con la que se viste el traje, alegre por notar un impulso muy fuerte, casi infinito.



Loopoesia es amor

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